Profesora de la Escuela Superior de Hostelería y Turismo de Madrid.
Inquieta, activa, emprendedora, bulliciosa, turbadora, imparable, creadora, artista, cocinera, pastelera, docente, maestra.
Cuando era pequeña me encantaba viajar a la casa de mis abuelos. Allí, acompañaba a mi abuela en sus quehaceres cotidianos: atender la huerta, los animales, comprar en la plaza, guisar, ubicar los desperdicios… Al principio, sólo la observaba, pero después, me dejó participar. Fui de lo simple a lo complejo hasta adquirir la destreza necesaria para desempeñar cualquier tarea sin supervisión. Ni mi abuela ni muchas mujeres de su época, fueron conscientes de que su rutina encerraba una sabiduría ancestral, un patrimonio oral transmitido por generaciones: la tradición gastronómica.
Las explicaciones de mi abuelo, veterinario de profesión y hombre entregado a la ciencia, completaban este legado. Con humildad y rigor, me descubría la sapiencia tantas veces oculta tras las costumbres. Me enseñó las razones biológicas por las que un animal se debía matar o cortar de una cierta manera o en una época concreta; las propiedades y riesgos de los alimentos; su correcta combinación; el adecuado aprovechamiento de sus restos…. Así, “jugando” y “charlando” entendí la diferencia entre zampar, comer y nutrir; comprendí y aprendí a ejecutar el proceso de producción, selección, preparación y reciclaje de los alimentos.
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Mis abuelos me habían enseñado ciencia y cocina, es decir, sin proponérselo fueron mis primeros profesores de arte, vocación que también me inculcaron.
¿Arte? Sí, arte. El arte es una manifestación del ingenio, los sentimientos, el gusto, el entorno y la técnica del ser humano, a la par que refleja una época y una cultura. Esto explicaría, la apariencia de la obra, los materiales empleados; el uso o censura de cierta estética y/o temática y el hecho incontestable de que, muchas de ellas sin conocimientos matemáticos y físicos, serían inviables. Todos estos elementos se reúnen en la cocina: el plato ha de ser original; atractivo –se come por los ojos-; el lugar de creación condicionará los ingredientes; son fundamentales las proporciones y la gastronomía de un pueblo compila su historia, cultura y creencias.
¿Profesora? Sí, profesora. Decía Cicerón que “una cosa es saber y otra saber enseñar”. Un buen maestro debe dominar dos campos: el propio de su materia y el de la pedagogía. Eso exige primero, una preparación específica de cada área y después la combinación de ambas. El proceso puede equipararse al de la construcción de un violín, se fabrican los elementos por separado y después se ensamblan para producir música; un error en una pieza o en su acople invalidará al instrumento; si el proceso concluye con éxito, el violín necesitará de unas manos que lo sepan tratar, si no, se estropeará. Con ello quiero resaltar otra faceta crucial en cualquier docente: la de formador de conciencias.
Segura de mi propósito y consciente de la responsabilidad que conllevaba, dediqué mis estudios universitarios a prepararme intensamente para ser profesora de cocina, lo que logré tras ganar una plaza por oposición.
Ahora, después de más de 25 años de profesión donde he simultaneado: formación -que jamás he interrumpido-, docencia, premios, medios de comunicación y proyectos empresariales, conservo mi vocación y compromiso por la enseñanza, como fruto de ello, he creado esta página web, con la intención de que cualquier persona pueda iniciarse o profundizar en el arte de cocinar.
Vuestra profesora,